martes, 7 de junio de 2011

Mi Aventura Quijotesca

El Sueño descarrilado

Era principios del siglo XXI, más exactamente abril del 2011, y la noticia de la boda real inglesa ya se había expandido por todo Buenos Aires. Las radios, los canales de televisión, los diarios y las revistas no hablaban de otra cosa que no fuera del Príncipe William y su prometida Kate, quienes sellarían su amor a fines del mes de abril.
Mientras tanto en el Gran Buenos Aires, a unos cuantos kilómetros de Capital Federal, se encontraba Dominga de Ramos, así la llamaban en su pequeño pueblo, donde vivía desde muy chica con sus cuatro hermanos mayores y sus padres. Permanecían en una pequeña casa antigua, gastada por los años y muy usada por los inquilinos anteriores, pero a pesar de eso estaba muy bien decorada y se podía observar con cuanto amor se la cuidaba. Dominga tenía un pequeño cuarto donde las paredes casi no eran visibles, pues estaban recubiertas por fotos, notas de revistas y grandes posters de todas las bodas reales del siglo, incluyendo la ultima ya mencionada, que se estaba por realizar en Londres.
No hace falta que explique ya que la dulce, soñadora y femenina Dominga estaba obsesionada con la realeza, hasta tal punto que deseaba desde el fondo de su corazón convertirse algún día en princesa, casándose con su perfecto príncipe azul. Dominga era una buena muchacha de unos veintiún años, poseía buenos modales y contaba con un temperamento alegre; era muy bonita pero no era inteligente y viva, más bien responsable y muy inocente. Mostraba al andar, una figura elegante a pesar de ser baja de estatura y muy menuda, pero a la vez demostraba su humildad y sencillez al caminar y conversar. Su rostro era diferente al de las otras muchachas de su edad, tenía ojos grandes color miel y su nariz era recta y fina, además poseía unos labios carnosos muy bien formados y su piel bronceada suavemente contribuía a lograr en conjunto, una exquisita y simple imagen.
Dominga viajaba todos los días dos horas hasta el micro centro para estudiar en la Facultad de Veterinaria, ya que adoraba a los animales y otro de sus sueños era tener una casa en el campo con un gran parque lleno de ellos. Para profundizar aun más en la vida de esta joven muchacha, contaré que a pesar de ser muy alegre y respetuosa, no era una chica de esas que comúnmente se hacen llamar “popular”. Más bien Dominga era muy selectiva con sus amistades; los pocos amigos que tenía los conservaba desde el secundario al que asistía en Ramos Mejía, su adorado pueblito. Su mejor amigo era Don Matius, a él le contaba todo lo que le ocurría, sus planes y sus sentimientos. Él era su fiel consejero y una muy buena persona. Físicamente era alto, a diferencia de la menudita Dominga, a quien le llevaba unas dos cabezas de largo y los músculos de sus brazos y piernas eran prominentes por la cantidad de años que hacía que jugaba al rugby. Su rostro era normal, poseía una piel lisa y morena, además tenía una nariz regular y su boca remarcaba su desfavorable dentadura. Lo que llamaba mucho la atención eran sus negros ojos penetrantes. En definitiva no era un muchacho atractivo, pero poseía un gran corazón y su sensatez e inteligencia beneficiaba por completo a la persona soñadora e ilusa que era Dominga.
El gran día de la boda real llegó y los medios no hablaban de otra cosa. Dominga fue a la facultad como cualquier otro día pero toda la jornada, incluso en las clases, a escondidas, escuchaba la radio con los auriculares del celular para no perderse un solo detalle del gran casamiento entre los nuevos príncipes de Inglaterra. La joven soñaba, imaginaba y creaba su propia historia, esperaba con ansias el día en que conocería a su agraciado príncipe azul y éste le declararía su amor para toda la eternidad y vivirían en un gran castillo con hermosos jardines, muchos animales que cuidar y varios niños que mimar. Durante el trayecto a casa, Dominga no pensó en otra cosa, a pesar del mal viaje en plena hora pico, y al llegar a su hogar continuó con sus fantasías frente al televisor donde mostraban el hermoso vestido de Kate Middleton y el infaltable y soñado carruaje donde habían sido trasladados los recién casados.
Al día siguiente, Don Matius despertó sobresaltado con el constante sonido del timbre. Su habitación desordenada le impidió llegar rápidamente a la ventana que se encontraba en una de las esquinas, así es que el timbre continuó sonando a las cuatro de la madrugada despertando a toda su familia. Cuando se asomó por la ventana empañada por el frío, Don Matius logró divisar a su mejor amiga, Dominga con un gran casco en la cabeza, rollers en sus pies y una gran valija con rueditas tirada por una soga atada a su cintura. La imagen que estaba observando no era cuerda en lo más mínimo, así es que decidió rápidamente abrirle la puerta a su delirante amiga.
- ¿Qué haces a esta hora despertando a toda mi familia y con esas cosas, Domi? –le preguntó Don Matius.
- Rápido, Matius, me voy a buscar a mi príncipe azul – dijo ella con un aire soñador e inocente – ¿Venís conmigo?
El pobre amigo no sabía qué pensar ni decir, su mejor amiga había enloquecido. Él la conocía muy bien y sabia cuan fanática era por las bodas reales y los príncipes, pero nunca había imaginado que llegaría hasta tal punto. La respuesta del aturdido Don Matius fue:
- ¿Qué? ¿Te sentís bien? ¡Estas delirando, Dominga! ¿Dónde vas a encontrar a un príncipe? ¡En Buenos Aires no hay esas cosas!
-Bueno, me voy sola. Yo vine a buscarte especialmente para que me acompañaras por si me encontraba sola y triste en algún momento de mi aventura. Pero, si me ocurre algo malo va a recaer en tu conciencia durante toda la eternidad – respondió la nueva Dominga que estaba surgiendo, una un tanto manipuladora, y una risita maliciosa surgió de su dulce rostro. Don Matius no sabía que responderle, comprendió que era imposible convencer a su amiga de que no emprendiera esa loca aventura. Dominga lo miró fijamente por última vez y luego dio la vuelta y comenzó a patinar tirando de su valija. Don Matius sin pesarlo más respondió:
-¡Dominga! ¡Espera! ¡Te acompaño! -Inmediatamente, Dominga dio la vuelta y se plantó en la puerta de la casa de su amigo, esperando a que le abriera. Don Matius la recibió un poco confundido con la propuesta que había aceptado recientemente y le ofreció algo de tomar. La muchacha lo rechazó bruscamente y le dijo que armara su bolso pues ya partirían.
No habían pasado ni quince minutos, que ya estaban en la puerta de la casa de Don Matius listos para salir a la aventura. El joven muchacho llevaba una pequeña mochila con unos sándwiches, algunas bebidas y varios paquetes de galletas como para tener provisiones para los siguientes días. También tenía algo de dinero, un gran mapa por si se perdían, el celular por cualquier emergencia y abrigos por si el clima cambiaba y, como su amiga se transportaba en rollers y él no le seguiría el ritmo a pie, decidió utilizar el viejo monopatín que usaba de niño como para que sus piernas no se cansaran tanto.
El día recién comenzaba, eran cerca de las seis de la mañana, cuando la pareja de amigos se encontraba caminando sin rumbo por la 9 de Julio. Don Matius no comprendía como su amiga estaba tan contenta y entusiasmada, cuando lo único que hacían desde hacía dos horas era caminar sin rumbo fijo buscando algo definitivamente abstracto.
Dominga patinaba con su compañero de viaje cuando comenzó a pegar gritos de felicidad y a saltar y bailar en medio de la gran avenida. Don Matius intentó tranquilizarla y le preguntó por qué se había puesto de esta forma, Dominga contestó alterada y al mismo tiempo feliz.
-¿Es que no lo ves amigo mío? ¡Hemos llegado! Aquí encontraré a mi príncipe y me casaré y tendré miles de hijos y animales y una gran casa… – Dominga seguía murmurando sin parar su larga lista de sueños, mientras su amigo no entendía una sola palabra de lo que decía.
-¡Espera, Dominga! ¡Mostrame cuál es el palacio donde supuestamente esta tu príncipe! ¡Ya te lo dije! ¡En Buenos Aires no hay ni príncipes, ni palacios, ni nada de todo eso!
-¿Ah no? ¡Entonces explícame qué es eso que ves ahí! – Señalando con su dedo índice a un gran Burger King, esos locales de comida rápida internacionales. Don Matius no podía creer que su amiga fuera tan insensata. Había confundido el “King” del nombre del local con reyes, príncipes y castillos. La joven no esperó respuesta de su amigo y sin pensarlo entró corriendo al local. Don Matius desesperado, sin saber que podría hacer su amiga, la siguió rápidamente. Dentro la muchacha le hablaba a uno de los jóvenes cajeros que atendían a los clientes. Don Matius se acercó rápidamente al mostrador a escuchar qué decía su amiga.
-¡Qué tal caballero! Mi nombre es Dominga de Ramos y quiero convertirme en princesa casándome con un príncipe. Pero para eso necesito que me nombren princesa colocándome un bello nombre, ¿usted podría ayudarme? – El cajero la miró incrédulo y con expresión enojada, ya que el pobre muchacho trabajaba todo el día y debía atender a cualquier loca que se le cruzara por el camino. Don Matius al ver el rostro del pobre cajero, se acercó a él y le murmuró al oído:
-Discúlpela, amigo mío, últimamente mi compañera no se encuentra muy bien y delira un poco. ¿Podría hacerme un favor? Dominga no es muy accesible para negociar, no se irá de este lugar hasta que no sea nombrada princesa y le aseguro que con sus gritos espantará a todos los clientes. Si usted es tan amable, ¿me haría el favor de decir unas palabras para que ella crea que se encuentra en la ceremonia de nombramiento? Luego nos iremos y no lo molestaremos más, son sólo unos minutos.
- Señor, estoy en horario de trabajo. Si me ven, me suspenden o me echan. Pero usted me agrada mucho y la dama que lo acompaña es muy bella, a pesar de su locura, así es que le haré el favor con mucho gusto –le contestó el cajero.
Don Matius le agradeció varias veces y luego anunció en voz alta que se realizaría la ceremonia de nombramiento a la nueva princesa. Las pocas personas que se encontraban en el local miraron asombrados a la bella muchacha y ésta no paraba de reír, saltar, gritar y bailar festejando la maravillosa noticia. En seguida el cajero le indicó a la joven que subiera al primer piso del local y que esperara a ser llamada para bajar por las escaleras y luego ser nombrada. Dominga rápidamente subió y se dirigió al baño de mujeres. Allí tomó de la valija, el hermoso vestido con el que jugaba de chica a ser princesa, la corona de juguete y unos zapatos plateados con un alto taco que no combinaba con lo demás. Se colocó todo y se arregló un poco el cabello. Luego esperó al pie de las escaleras hasta ser llamada.
-¡Dominga! ¡Ya puede bajar! – anunció el cajero y la joven comenzó a bajar la escalera lentamente tomada de la baranda. El vestido le quedaba corto y apretado, el cierre que estaba en la espalda no le subía completamente y hacía tironear la tela a tal punto que parecía que se rompería en cualquier instante, pero a pesar de eso era bonito, de color beige, con cintas y piedritas bordadas. Los zapatos la hacían más alta, pero no combinaban con el vestido en absoluto y la corona de plástico le daba un aspecto ridículo y aniñado. Mientras continuaba con el descenso, la gente la miraba perpleja y un tanto burlona. Cuando llegó, habían armado una simple mesa con varios vasos de Coca-Cola y allí estaban plantados el cajero y Don Matius.
-Yo, Rodolfo de la Realeza, trabajador en el gran palacio “Burger King”, doy comienzo a la ceremonia de nombramiento de la nueva princesa. – simuló el cajero y Dominga tenía una sonrisa de oreja a oreja. Su mente divagaba en miles de pensamientos: lo bonita que estaba, la cantidad de gente que la miraba con respeto y admiración, el increíble palacio en el que se encontraba, y que dentro de pocos minutos se convertiría por fin en princesa. – Señorita Dominga de Ramos, ¿acepta comprometerse con su nuevo puesto en la realeza, aceptando las leyes y condiciones que lo rigen, ayudando en todo lo que pueda a su pueblo, casándose con un honrado príncipe, teniendo hijos y luego cediendo su lugar a nuevos representantes?
-Sí, acepto con todo mi corazón y mi alma. – El rostro de la muchacha no mostraba otro sentimiento que no fuera el de gran felicidad.
-Entonces, declaro que la señorita Dominga de Ramos se pasará a llamar… - mirándola incrédulamente a Dominga, el cajero le preguntó en voz baja: - ¿Cómo se quiere llamar?
-Emm… Lady Dom me encantaría. ¿Le parece a usted?
-Disculpen los aquí presentes, repito, entonces declaro que la señorita Dominga de Ramos se pasará a llamar princesa Lady Dom – al decir estas palabras tomó el vaso de coca-cola y tocó los hombros de la muchacha, primero uno y luego el otro, y le acomodó la corona que estaba un poco torcida. – Ahora la nueva princesa deberá hacer un brindis por su proclamación. – La gente que se encontraba en el lugar aplaudía, se reía, algunos abucheaban, pero todos le prestaban mucha atención a la joven.
-Agradezco desde el fondo de mi corazón sus aplausos, querido pueblo mío. Brindaré por un país mejor, también por todos ustedes, los que estuvieron aquí presentes y los que no. Además quiero brindar por… - Don Matius sabía que el brindis y los agradecimiento de su amiga durarían mucho, así es que le murmuró al cajero que terminara la ceremonia rápido.
-Bueno, princesa Lady Dom – interrumpiendo su discurso, lo que no cayó nada bien a Dominga- ya te he nombrado princesa y has hecho el brindis, lo único que resta es que tomes tu copa y termine este acto de nombramiento. – Dominga tomó enloquecidamente del vaso de plástico y las personas del lugar aplaudieron, ya un poco cansadas del espectáculo. Finalmente, Don Matius se despidió del amable cajero y le agradeció varias veces. Dominga no quiso cambiarse, así es que solo se calzó los rollers nuevamente, saludó a la gente y al cajero, y se retiró con aires de princesa.
El mediodía llegó pronto bajo un cielo nublado, amenazador de una gran tormenta. Los amigos estaban ya cansados de caminar sin rumbo fijo y a pesar de que el humor de Don Matius siempre era el mismo, el de su amiga había cambiado rotundamente. Lady Dom estaba enojada y cansada, haber sido nombrada princesa no la había beneficiado en mucho, pues desde hacía horas caminaba con un título de nobleza encima pero ningún príncipe se le había acercado aún. Comenzó a hacer locas suposiciones sobre por qué aun no conocía a ningún príncipe. Luego de un largo tiempo le dijo a su amigo:
-¡Querido amigo! ¡Ya entiendo porqué no encuentro a mi amado príncipe! – Don Matius puso cara de molesto, pues ya tenía que aguantar demasiado acompañando a su amiga y caminando sin cesar debajo del mal día como para también escuchar sus delirios y fantasías.- En esta gran ciudad debe haber un rey, el cual seguramente no quiere que su hijo, o sea mi futuro príncipe, encuentre a una doncella, pues entonces se casarían y se convertirían en los nuevos reyes sacándole así el puesto que tiene desde hace años o décadas quizá. ¡Eso es! ¡Debo encontrar y derrotar al rey! ¿Lo entiendes, Don Matius? –y ni siquiera dejando que su amigo pensara su respuesta, prosiguió muy animada, contenta y con el mismo humor de antes: - ¡Andando! ¡Debemos encontrar a ese rey que está intentando destruir mis maravillosos planes!
Caminaban por la calle Carlos Pellegrini cuando se encontraron de frente con el imponente Obelisco, de pronto Dominga comenzó a gritarle a su amigo enloquecidamente:
-¡Ahí! ¡Don Matius! ¡Es él! ¡El rey! ¡Hemos encontrado al temible rey de Buenos Aires!
Don Matius no entendía nada, su compañera señalaba en dirección al Obelisco, pero era imposible. ¿Podía su mejor amiga estar tan mal de la cabeza como para creer que el Obelisco era un imaginario rey? Pues la respuesta era sí, porque mientras Don Matius pensaba en estos temas, Lady Dom se sacaba los rollers y estaba desatándose el cinturón que comunicaba su cadera con la valija para sacar de ella, un martillo y una bandeja de porcelana. Inmediatamente Dominga comenzó a correr hacia el alto Obelisco. Don Matius comenzó a gritarle que parara, le explicaba a gritos la equivocación que estaba cometiendo, pero su amiga obviamente no lo escuchaba y continuaba corriendo, cada vez más cerca del “gran rey”. El amigo, al percatarse de que Lady Dom no pararía a escucharlo, comenzó a seguirla, corriendo desesperado, a tal punto que sus fuertes piernas pedían un descanso. Dominga estaba casi a diez metros del gran gigante cuando se aferró con más fuerza al martillo que tenía en una mano y al escudo, o mejor dicho bandeja, que tenía en la otra. Llegó a la bajita reja que protege al gigante rey y se detuvo a mirarlo de pies a cabeza o del piso a la punta; luego saltó la reja y le gritó fuertemente:
-¡Tú! ¡Serás el rey de Buenos Aires, pero nadie se atreve a romperme un sueño! – y frente a toda la multitud que se encontraba cruzando la Avenida 9 de Julio y se había dado la vuelta para mirar de donde provenían los gritos y delante de su mejor amigo que continuaba corriendo en su ayuda y gritándole que frene, Dominga estampó con todas sus fuerzas el martillo contra la dura pared del Obelisco. Fue tal la fuerza con la que le pegó que salió disparada hacia atrás, cayendo sobre las baldosas de la vereda y el martillo voló de su mano cayéndole con todo el envión en la frente.
La pobre Dominga quedó desparramada sobre la acera, con un gran chichón en la frente, raspaduras por todo el cuerpo y una expresión aturdida. Don Matius se acercó rápidamente y la abrazó con cariño para que no escuchara las risas y burlas de la gente y no sintiera dolor por el accidente.
Y así finalizo la triste aventura de la joven que pasó de ser soñadora a psicópata y aunque no encontró a su perfecto príncipe azul se dio cuenta de que muy cerca estaba la persona que había estado con ella en todos los momentos más felices y más tristes de su larga aventura, apoyándola, guiándola y brindándole todo su cariño y amor. Y a pesar de que esta persona no era muy hermosa de rostro, sí lo era de corazón y de alma, y luego de mucho tiempo comprendió que eso era lo que más importaba.

                                                                             Fin



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